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28/01/2021 Santo Tomás de Aquino (Mc 4, 21-25)

Y les dijo además: ¿Se enciende una lámpara para ponerla debajo de la cama? ¿No se coloca en el candelero?

Jesús continúa instruyéndonos sobre el significado de la Palabra. Ha usado, poco antes, el símil de la semilla que el sembrador ha sembrado en todo tipo de terrenos. Ahora la compara a una lámpara encendida colocada de modo que ilumine a todos los que andan por la casa. Se lo aplica a sí mismo, Palabra hecha carne: Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad (Jn 8, 12). Lo aplica también a todo creyente: Vosotros sois la luz del mundo… Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos (Mt 5, 14-16).

¿No se coloca en el candelero? No es una invitación a salir a las calles a predicar. La elocuencia de la vida es mayor que la de la palabra. La vida, como escribe Pablo a los Romanos, de quien no se acomoda al mundo presente; la vida de quien no se estima más de lo que conviene; la vida de quien ama cordialmente, sin fingimientos; la vida de quien vive en la alegría de la esperanza y es constante en la tribulación y perseverante en la oración; la vida de quien bendice a quien le persigue; la vida de quien se alegra con los que se alegran y llora con los que lloran (Rm 12).

Las cosas más relevantes de la vida, cuanto más compartidas, más crecen: el esplendor de la alegría, el calor de la amistad, la luz de la fe. Ocultar la luz de la fe, es lo mismo que apagarla.

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