En verdad os digo que no pasará esta generación sin que esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
Es el penúltimo día del año litúrgico, y son las penúltimas palabras de Jesús sobre el final de los tiempos. Aunque, hablando desde la fe y la esperanza, sería más acertado hablar del amanecer de los nuevos tiempos: Cuando sucedan estas cosas, sabed que el Reino de Dios está cerca.
Fijaos en la higuera o en cualquier árbol. Jesús nos invita a contemplar lo que nos rodea como lo contemplaba Él. Así llegamos a comprender el significado más profundo de toda realidad; significado que va más allá de lo que pueden decir los sentidos o la razón.
El balcón desde el que los humanos contemplamos la vida tiene horizontes muy limitados. Debemos esforzarnos por encontrar un balcón con panorámica más amplia: Levantad los ojos al cielo, mirad abajo, a la tierra. El cielo se disipa como humo, la tierra se gasta como ropa, sus habitantes mueren como mosquitos. Pero mi salvación dura por siempre, mi victoria no tendrá fin (Is 51, 6).
El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Nos cuesta sobreponernos a tantas desgracias y catástrofes que vemos en torno a nosotros o que vivimos en primera persona. Pero estamos llamados a hacerlo; desde la fe. La fe en un Dios que salva y transforma este pobre mundo. Así es cómo respiramos tranquilos. Es lo que esconde la historia de la insignificante semilla que es enterrada, y que se levanta a una nueva vida, sin que sepamos cómo, y de forma inapelable. Nada puede detener que el Reino llegue a su plenitud tanto en su universalidad como en su exuberancia.
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