Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
Así introduce Juan la última cena; cena que, en su Evangelio, abarca cinco capítulos. Pero, ¿por qué Juan no nos ofrece el relato de la institución de la Eucaristía? Porque los tres primeros Evangelistas lo han hecho y Juan supone que sus lectores la conocen. Además, para Juan, el lavatorio de los pies encierra en sí el misterio eucarístico. El amor de Jesús hasta el extremo de la cruz, es lo que celebramos en la Eucaristía y en el servicio fraterno simbolizado por el Lavatorio. El Evangelista equipara Eucaristía y Lavatorio; cosa que una piedad intimista e individualista se niega a hacer. Pero la verdad es que en el gesto de lavar los pies, Jesús está tan realmente presente como en el pan y el vino.
Se levantó de la mesa, se quitó el manto, y tomando una toalla, se ciñó. Después echó agua en una jofaina y se puso a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba ceñida.
A Pedro no le parece correcto ver a Jesús arrodillado a sus pies; prefiere ser él quien lave los pies de Jesús. A Pedro, como a nosotros, le cuesta entender la gratuidad del amor de Dios. Cree que el amor de Dios hay que merecerlo. Le cuesta a Pedro, nos cuesta a todos, aceptar que la cosa no consiste en lo que nosotros hacemos por Dios, sino en lo que Dios hace por nosotros. Le cuesta, pero tiene que aceptarlo, porque Jesús se pone serio y le dice: Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.
La gratuidad es la perla más preciosa del cristianismo; ninguna otra religión la tiene.
Comments