Yo soy la vid, vosotros los sarmientos.
El domingo pasado Jesús se presentaba como el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas y que ha venido para darnos vida en abundancia. Hoy se presenta como la vid: Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. Dice que separados de mí no podéis hacer nada. La palabra nada significa eso: NADA. San Pablo dice: Dios es quien, según su designio, produce en nosotros el deseo y su ejecución (Flp 2, 13). No solamente la capacidad para llevar a cabo lo que queremos, sino incluso el mismo querer. Santa Teresa escribe: La pobre alma no puede nada sin que se lo den. Y es harto boba de fatigarse, porque ¿qué podemos pagar los que no tenemos qué dar si no lo recibimos?
Para que los sarmientos demos fruto, tenemos que permanecer en la vid. Cuando el labrador ve que permanecemos en la Vid, nos riega con esmero acercando a nuestras vidas personas que mantengan la lozanía y el vigor. Además, llegado el momento oportuno, nos poda para que demos más fruto. Son los momentos de purificación, de noche oscura, en que nos identificamos con el Jesús de Getsemaní. Se trata de la purificación llevada a cabo por la Palabra en el corazón del creyente: ¿No es mi Palabra como el fuego y como un martillo que golpea la peña (Jr 23, 29).
El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante.
Nuestra sociedad actual no sabe de permanecer. Sabe de deambular, de sensaciones volátiles más que de principios firmes. Hoy todo es light y todo tiene fecha de caducidad. Jesús nos invita a permanecer. Ese es el pan que debemos pedir cada día para no dejarnos arrastrar por las corrientes que nos rodean.
Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.
El fruto abundante al que se refiere Jesús no puede ser otro que el cumplimiento de su mandamiento de amarnos unos a otros como él nos ha amado.
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