Cuando bajó del monte, fue siguiéndole una gran muchedumbre.
Jesús baja del monte en el que ha pronunciado el Sermón de la Montaña. El Evangelista nos presenta ahora una larga serie de milagros que ponen de manifiesto el señorío de Jesús sobre la enfermedad, la naturaleza, los demonios…; incluso sobre la muerte.
En esto, un leproso se acercó y se postró ante Él, diciendo: Señor, si quieres puedes limpiarme.
El leproso, víctima de la marginación social y religiosa, se acerca a Jesús de manera maravillosamente ejemplar: ejemplar por su audacia, por su humildad, por su fe. La audacia de saltarse las normas vigentes que le prohíben acercarse a otros; la humildad de pedir su curación desde la conformidad con la voluntad de Jesús; la fe firme de que Jesús puede curarle.
Extendió la mano y lo tocó diciendo: Quiero, queda limpio.
La prudencia aconseja evitar el contacto con el leproso; además, las normas religiosas lo prohibían. Pero también a Jesús le gusta saltarse las normas que coartan la vida de los hombres, y toca al leproso. Es un gesto que los seguidores de Jesús debemos tener presente en todo momento, especialmente cuando estamos ante personas que provocan rechazo físico o emocional.
La opinión común es que hay que alejarse del mal para evitar ser contaminado. Que es como decir que el mal es más fuerte que el bien. ¿O que el demonio es más fuerte que Dios? La opinión de Jesús es otra. Él actúa desde el convencimiento de que el bien es más fuerte que el mal. Y que Dios es más fuerte que todo el infierno. De ahí que quien tiene poca fe, vive en el miedo, mientras que quien tiene mucha fe vive en la paz.
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