Si uno escucha la palabra del reino y no la entiende, viene el Maligno y le arrebata lo sembrado en su corazón.
Finalizada la parábola del sembrador, los discípulos le preguntan: ¿Por qué les hablas en parábolas? Parece claro que tampoco ellos han entendido lo del sembrador, lo de la semilla y lo de los distintos terrenos. Jesús intenta explicárselo. ¿Lo entienden? ¿Lo entendemos nosotros? Probablemente no.
Lo fundamental para entender lo que Jesús nos dice con las parábolas, con toda su enseñanza y con toda su vida, es afinar la capacidad de escucha. El primer paso para esto lo damos cuando nos familiarizamos con los Evangelios. Tenemos un buen modelo de esta familiaridad en santa Teresa de Lisieux: Lo que me sustenta durante la oración por encima de todo, es el Evangelio. En él encuentro todo lo que necesita mi pobre alma.
El segundo paso es consecuencia ineludible del primero. Consiste en, olvidándonos de nosotros mismos, dejar atrás el voluntarismo ineficaz con que luchamos por convertirnos en terreno fértil para la siembra de la Palabra, e instalamos en un confiado abandono en brazos de Abbá. También aquí Teresa de Lisieux es una excelente maestra: Si Dios te quiere débil e impotente como un niño, ¿crees por eso que tendrás menos mérito? Consiente, pues, en tropezar a cada paso, incluso en caer, en llevar tus cruces débilmente. Ama tu impotencia. Tu alma sacará más provecho de ello que si, llevado por la gracia, cumplieses con entusiasmo acciones heroicas, que llenarían tu alma de satisfacción personal y orgullo.
Evidentemente, santa Teresita estaba familiarizada también con san Pablo: Me complazco en mis flaquezas…, porque cuando soy débil, entonces es cuando soy fuerte (2 Cor 12, 10).
"NO TENDRÁS OTROS DIOSES FRENTE A MÍ".
Cuántas veces me repites que no adore a otros dioses, pero me cuesta no adorar la seguridad, la salud, el dinero, el culto al cuerpo... Tú sabes que soy débil, pero Tú me has enseñado que actúas en nuestra pobreza, como Cristo hizo con Pedro cuando le traicionó. Pues aquí estoy Señor y Tú conmigo para sembrar juntos en tierra buena y recoger fruto en abundancia, ciento o sesenta o treinta por uno.
¡Gloria a Dios!