Después de esto, se fue Jesús a la otra ribera del lago de Galilea, el de Tiberíades.
Así comienza el capítulo sexto del Evangelio de Juan. Continuaremos con el mismo capítulo otros cuatro domingos. Todo el capítulo tiene como tema central a Jesús, el pan de la vida. No es posible entender el Evangelio de san Juan ciñéndonos a la literalidad, porque abunda en simbolismos.
Hoy asistimos al milagro de la multiplicación de los panes. Hemos visto cómo la gente se entusiasma y pretende proclamar rey a Jesús. El próximo domingo asistiremos a la travesía del lago; hay que dejar la orilla del pan del estómago, para pasar a la orilla del pan del alma. Esto supone una travesía tormentosa para todo discípulo. Después, durante tres domingos, Jesús hablará del pan de vida, y veremos cómo muchos no aceptan sus palabras y se marchan; solo unos pocos continuarán con Él.
Ante la multitud necesitada, Jesús es el primero en plantear el problema: ¿Dónde sacaremos pan para que coman estos? Esto no se les ocurre a los discípulos, tratándose de una necesidad ante la que nada pueden hacer. Es saludable preguntarnos si sentimos alguna inquietud ante la impotencia para satisfacer las necesidades en torno a nosotros. ¿Quizá cuando me acerco a Jesús pesan más mis problemas que los de la gente?
Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados; pero, ¿qué es eso para tantos?
No sabemos nada del muchacho; pasa inadvertido. Ningún reconocimiento oficial. Pero gracias a su generosidad todos comen. ¡Qué buen icono de la predilección de Dios por el anonimato y la insignificancia!
Se dio cuenta Jesús de que pretendían llevárselo para proclamarlo rey y se retiró al monte Él solo.
Aquellas tentaciones del desierto, tentaciones de mesianismo político, de nuevo al acecho. Y continúan al acecho en su Iglesia, entre nosotros, después de tantos siglos. Aprendamos, como Pedro, a asimilar la persecución: Si os insultan por ser cristianos, dichosos vosotros, porque el Espíritu de Dios y su gloria reposan en vosotros (1 P 4, 14).
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