¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que os parecéis a sepulcros blanqueados: por fuera son hermosos, por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda clase de impurezas!
Continúa Jesús mostrando su repugnancia ante la religiosidad farisea; religiosidad que se preocupa más de lo exterior que de lo interior; religiosidad que gusta de liturgias solemnes, de indumentarias llamativas, y de títulos pomposos; religiosidad que promueve el culto a la imagen con los medios a su alcance, antes púlpitos, ahora redes sociales.
Todos debemos estar muy atentos para evitar ser contagiados por esta peste que, de manera sutil y callada, consigue pervertir lo más sagrado. Es que todos tenemos un YO siempre dispuesto a endiosarse. ¿Cuál es la mejor manera de eludir ese contagio? Hay quienes abogan por la vía ascética de poner los ojos cuidadosamente en nosotros mismos con exámenes de conciencia, con mortificaciones, etc. Pero los grandes doctores de la Iglesia prefieren otra vía: la vía mística. Consiste en poner los ojos única y exclusivamente en el Señor. San Juan de la Cruz lo dice así: Pon los ojos sólo en Él. Y santa Teresa de Lisieux: Lo único que hay que hacer es amarle sin mirarse a sí mismo y sin examinar demasiado los propios defectos.
Tienen razón los grandes doctores de la Iglesia. Dicen lo que dicen desde su experiencia personal. Porque, como dice santa Teresa, ¿qué podemos dar si antes no lo recibimos? O, como dice san Agustín, cuya fiesta celebramos hoy: Dios, en su inescrutable sabiduría, visita a los hombres con independencia de sus esfuerzos y sus méritos, y les impulsa amorosamente hacia el bien… Busca méritos, busca justicia, busca motivos, y a ver si encuentras algo que no sea gracia.
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