Simón Pedro respondió: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
Es la estupenda profesión de fe de Pedro. Dichoso él porque esas palabras no fueron cosecha propia sino revelación especial del Padre del cielo. Lo mismo podemos decir de la profesión de fe de Pablo: Todo lo considero pérdida comparado con el superior conocimiento del Mesías Jesús, mi Señor (Flp 3, 8). Lo mismo podemos decir también de la fe que profesamos los creyentes: De balde hemos sido salvados por la fe (Ef 2, 8).
Pedro y Pablo. Pedro, el pescador; Pablo, el fariseo. Pedro, el de los judíos; Pablo, el de los gentiles. ¡Tan distintos ellos! Atreviéndonos a caricaturizarles amablemente, a Pablo le llamaríamos progresista revolucionario; a Pedro, conservador tranquilo. Habrá momentos en que discutirán acaloradamente (Gal 2, 11-14). Pero, en lo que de verdad importa, son idénticos. Porque ambos son transformados por la misma fe; su adhesión incondicional a Jesús les llevará a dar la vida por Él.
La conversión es un proceso largo de purificación en todos; en Pedro, en Pablo, en todo creyente. En Pedro y Pablo esa purificación les hace profundamente conscientes de sus debilidades; así es cómo llegan a ser blandos con las debilidades de los demás.
Celebramos esta fiesta dando gracias a Dios por Pedro y por Pablo, tan distintos, tan idénticos, tan frágiles, tan parecidos a nosotros. Ambos nos enseñan a asumir serenamente nuestras miserias. Ambos nos ayudan a convivir en esta Iglesia nuestra, tan santa y tan pecadora. Ambos nos ayudan a entender y celebrar lo que de verdad nos une a todos: Jesús, el Señor; Señor absoluto del universo y de nuestras vidas.
Como Pedro y como Pablo, dichosos nosotros porque la fe que proclamamos no nos la ha revelado nadie de carne y sangre, sino el Padre del cielo.
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