Y al instante mandó el rey a uno de su guardia, con orden de traerle la cabeza de Juan.
Fue en la fortaleza de Maqueronte donde Herode Antipas mandó decapitar a Juan. Jesús llamó zorro a Herodes cuando éste trató de alejarlo amenazándole de muerte (Lc 13, 31). Más tarde, en las horas de la pasión, se encontraron cara a cara (Lc 23). Herodes, que esperaba divertirse, solamente obtuvo el silencio por parte de Jesús. Ante la injusticia y ante la imposibilidad de diálogo, lo más sabio es el silencio.
El Bautista sella con su sangre el testimonio que ha dado con su predicación y con su vida. Una vida toda ella orientada hacia quien él llama el Cordero de Dios; el que viene de arriba y está por encima de todos (Jn 3, 31). El Bautista tiene claro que él no es la Palabra; es solamente la voz, el dedo que señala hacia Jesús. Todo el Antiguo Testamento habla por medio de él. Tiene claro que debe disminuir para que Jesús crezca.
Juan era una voz fugaz. Cristo la palabra eterna desde el principio. Quita la palabra, ¿qué es la voz? La voz sin la palabra entra en el oído pero no edifica el corazón. El sonido de la voz se dejó oír para cumplir su tarea y desapareció (San Agustín).
En esta celebración del martirio del Bautista tratemos de mirar cara a cara la etapa final de nuestra vida y nuestra propia muerte. Como dice el Papa Francisco, también nosotros, lo queramos o no, vamos por el camino del abajamiento existencial de la vida. Y esto impulsa a rezar para que este abajamiento se asemeje lo más posible al de Jesucristo.
Comments