Herodes había mandado arrestar a Juan y lo había encarcelado, por instigación de Herodías, esposa de su hermano Felipe, con la que se había casado.
El Evangelista nos ofrece el relato de la muerte del Bautista después de decirnos que la mala conciencia de Herodes le hizo pensar que Jesús era la reencarnación de quien él había mandado decapitar.
La muerte del Bautista no tiene fulgores épicos como la de tantos héroes de la literatura antigua. La suya es una muerte envuelta en miserias humanas; también, y sobre todo, en la más profunda oscuridad. Porque el Bautista vive en la fe más oscura. Desde la cárcel había enviado algunos discípulos a preguntar a Jesús: ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? (Mt 11, 3).
Esta celebración nos debe ayuda a comprender que el martirio es cosa, no solamente de quienes mueren de forma violenta como el Bautista, sino de todo cristiano. Porque el seguimiento de Jesús no admite componendas, y a todos nos toca sudar a veces sudores de sangre, y a todos nos toca sufrir por mantener la fidelidad diaria al amor.
El Bautista no tuvo miedo a enfrentarse a quien ostentaba el poder. Que nunca nos fallen la valentía y el espíritu crítico ante los poderes establecidos. Que no nos dejemos embaucar por los poderes de hoy, comenzando por los medios de comunicación, incluso los ideológicamente más cercanos.
El Papa Francisco comenta: La vida solo tiene valor al donarla, al donarla en el amor, en la verdad, al donarla a los demás, en la vida cotidiana, en la familia. Donarla siempre. Si alguien toma la vida para sí mismo, la vida muere, la vida termina marchitada, no sirve.
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