Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente. Éste es el precepto más importante; pero el segundo es equivalente: Amarás al prójimo como a ti mismo.
Aquel maestro de la ley quedaría encantado con la respuesta de Jesús tan en sintonía con el Antiguo Testamento; está compuesta por dos citas, una del Deuteronomio (6,5), otra del Levítico (19, 18).
Claro que cuando Jesús hable a los suyos en la intimidad de la última cena, el acento del mandamiento del amor pasará de Dios a los prójimos: Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado (Jn 15, 12).
Así lo entiende san Juan: Si uno dice que ama a Dios mientras odia a su hermano, miente; pues si no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve (1 Jn 4, 20).
Así lo entiende san Pablo: Quien ama no hace mal al prójimo; por eso el amor es el cumplimiento cabal de la ley (Rm 13, 10).
Esto es algo que a las personas piadosas nos cuesta comprender y asimilar. Santa Teresita lo comprendió, como ella misma lo escribe, solamente el último año de su vida. Así lo dice: Dios me ha concedido la gracia de comprender lo que es la caridad. Es cierto que también antes la comprendía, pero de manera imperfecta… Yo me dedicaba sobre todo a amar a Dios… Ahora comprendo que la caridad perfecta consiste en soportar los defectos de los demás, en no extrañarse de sus debilidades, en edificarse de los más pequeños actos de virtud que les veamos practicar.
Entendamos bien que glorificamos a Dios con nuestros ejercicios de piedad solamente si nos preocupamos por el bienestar de nuestros prójimos. Si no sabemos amar a Dios en nuestros prójimos, nuestro amor a Dios es un espejismo.No nos preguntemos, pues, si guardamos los mandamientos; preguntémonos si amamos o no amamos.
Dice el Papa Francisco: La verificación de nuestro camino de conversión y de santidad está siempre en el amor al prójimo.
Комментарии