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29/10/2025 Miércoles 30 (Lc 13, 22-30)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 28 oct
  • 2 Min. de lectura

Uno le preguntó: Señor, ¿son pocos los que se salvan?

Personas ricas en buenas obras pero pobres en fe, suelen pensar que son pocos los que se salvan; es porque ponen los ojos más en sí mismas que en Jesús, el Salvador. No han asimilado aquello de: ¡De balde os han salvado! (Ef 2, 5).

Pelead para entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos intentarán y no podrán.

La puerta es Él: Yo soy la Puerta (Jn 10, 9); por ella acceden al Reino solamente los pequeños: Si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los Cielos (Mt 18, 3). Los grandes no caben. Hay que despojarse de todo estorbo, comenzando por el YO: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame (Mt 16, 24).

San Pablo lo comprobó en sus comunidades: ¡Mirad, hermanos, quiénes habéis sido llamados! No hay muchos sabios entre vosotros… La debilidad divina es más fuerte que los hombres (1 Cor 1, 27).

Santa Teresita lo entendió y lo  vivió: Lo que agrada al Señor es verme amar mi pequeñez y mi pobreza; es la esperanza ciega que tengo en su misericordia. Mantengámonos lejos de todo lo que brilla, amemos nuestra pequeñez.

Entonces diréis: Contigo comimos y bebimos, en nuestras calles enseñaste. Pero Él os dirá: No sé de dónde sois.

Jesús nos advierte del peligro del pecado fariseo: el de quienes se creen salvados por sus buenas obras. Jesús insiste en lo nuclear del Evangelio: la gratuidad. Nada de confiar en mi legado cristiano o en mi conducta: Todos somos justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús (Rm 3, 24).

 
 
 

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