29/12/2025 Día 5º de Octava de Navidad (Lc 2, 22-35)
- Angel Santesteban

- hace 4 horas
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Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz.
Al presentar al niño en el templo, José y María se encuentran con el anciano Simeón, que toma al niño en sus brazos y prorrumpe en un cántico de acción de gracias. Simeón nos ayuda a comprender que para eso hemos sido creados: para, como dice Isabel de la Trinidad, ser alabanza de gloria (Ef 1, 12). Imaginemos tantos devotos que van y vienen en aquel templo en torno a nuestro grupito. Nadie ve nada especial. Simeón es un buen ejemplo de lo extraordinario y de lo gratuito de la fe. Simeón se va en paz, no porque ha cumplido su tarea, sino porque sabe que Dios ha cumplido la suya. Dios ha irrumpido en la historia como un tsunami que lo inunda todo.
Mis ojos han visto tu salvación.
La salvación que Simeón proclama es exuberante, para todos; también para los paganos. La misma salvación que proclama Pablo: En la plenitud de los tiempos todo tendrá a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra (Ef 1, 10).
Simeón nos invita a reflexionar sobre la última etapa de la vida. Suele decirse: de jóvenes aprendemos, de mayores entendemos. Simeón nos enseña a entregarnos serenamente al proceso de morir, convencidos de que la muerte es el parto que nos abre a la nueva vida, fundidos con Dios. Cuando el tiempo acaba, todo comienza. Cuando se nos concede la gracia de ver al Señor, el cántico de Simeón nos ayuda a aceptar con serenidad las despedidas inherentes a la condición humana. Rezar cada noche el Nunc Dimittis nos ayudará a prepararnos con paz para la retirada de este mundo.
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