Simeón tomó en brazos al niño Jesús y bendijo a Dios diciendo…
El anciano Simeón nos muestra la actitud ideal de la oración cristiana: la palabra de Dios en los brazos, en las manos, ante los ojos. Simeón no sabe de artes de interioridad de sabor oriental: ensimismamiento, nirvana… Tampoco de artes de interioridad de sabor occidental: meditación, reflexión… Simeón centra todo su ser en la Palabra de Dios que tiene en brazos. Juan de la Cruz coincide con Simeón: Pon los ojos solo en Él. También Teresa de Jesús: Quién tuviera palabras para dar a entender qué dais a los que se fían de Vos, y qué pierden los que se quedan consigo mismos.
Es muy posible andar equivocados cuando la Palabra no está en los brazos, en los ojos y en el corazón. Como es posible que no aproveche nada repartir los bienes y entregar el cuerpo a las llamas porque falta el amor (1 Cor 13, 3). Tener al Señor en las manos es el antídoto contra el misticismo aislado y el activismo desenfrenado, porque l encuentro real con Jesús endereza, tanto al devoto sentimental como al frenético factótum (Papa Francisco).
Ahora, Señor, según tu palabra, dejas libre y en paz a tu siervo…
Simeón y Ana, como los pastores de Belén, están abiertos a la sorpresa de un Dios ajeno a nuestros esquemas de poder y gloria. Solamente ellos, entre tantas personas piadosas que se mueven en el templo. Quienes participamos de la Liturgia de las Horas oramos el cántico de Simeón en la última oración del día. Cada atardecer, pedimos a la Madre que nos permita tomar al niño en nuestros brazos y experimentar su salvación.
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