No os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado; no está aquí. Ved el lugar donde le pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis como os dijo.
El Evangelista Marcos nos da los nombres de las tres mujeres que, pasado el sábado, acuden de madrugada al sepulcro con perfumes que han comprado para embalsamar el cuerpo de Jesús. Ellas, como el resto de discípulos, creen que todo ha terminado. Ellas son María Magdalena, María de Santiago, y Salomé.
Las tres, mientras caminan, se preguntan: ¿Quién nos retirará la piedra del sepulcro? Porque era una piedra muy grande. ¡Qué grande es para todos la piedra de la muerte, acompañada con frecuencia de enfermedades y angustias! Imposible para nosotros quitárnosla de encima. Sin embargo, aquellas mujeres no se detienen; no saben cómo solucionarán el problema pero siguen caminando.
Irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis.
Estamos todos invitados a acudir a Galilea; allí es donde le veremos y escucharemos. No necesitamos acudir físicamente al país de Jesús; es suficiente familiarizarnos con las páginas de los Evangelios. Así es como recorremos los caminos que Él recorrió y visitamos las aldeas que Él visitó. Así es como le vemos y le escuchamos. Así es como entendemos que el Resucitado es el mismo que el Crucificado, y que el Señor de la gloria es el mismo que el Jesús de carne y hueso de la historia.
La resurrección de Jesús no se describe, sino que se vive y se proclama. Los creyentes conocemos el secreto de la historia mejor que los historiadores. Por eso cantamos hoy con entusiasmo el ALELUYA. Proclamamos que, gracias a nuestra fe en el Resucitado, no tenemos ningún temor ante el futuro, porque Él es la vida de nuestras vidas. Y pregonamos al mundo entero que la vida es más fuerte que la muerte, y la luz más fuerte que las tinieblas, y el amor más fuerte que el odio.