Pedro se puso a decirle: Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.
Todavía están viendo cómo aquel joven se alejaba triste, incapaz de seguir a Jesús por ser muy rico. Es entonces cuando Pedro, erigiéndose en portavoz del grupo de discípulos, hace gala de sus méritos y reclama retribuciones. Pedro es un seguidor fervoroso de Jesús, pero está todavía lejos de comprender que el amor, si verdadero, es gratuito y desinteresado. Piensa, y los demás con él, que lo han dejado todo. Pero olvidan que no han dejado lo más importante: el olvidarse de sí mismos. La prueba de su poca comprensión del amor, nos la ofrece Pedro en la última cena, negándose a que Jesús le lave los pies. ¡Qué difícil asumir la gratuidad del amor!
Os aseguro que todo el que deje casa o hermanos o hermanas…, por mí o por el Evangelio, ha de recibir en esta vida cien veces más…, con persecuciones; y en el mundo futuro vida eterna.
Por mí o por el Evangelio. Nadie tan exigente como Él, el Señor de señores. Pablo, como tantos otros tocados por su Espíritu, aceptará encantado su señorío: Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor (Flp 3, 8). Y suplicará a los cristianos de Éfeso que puedan conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, y os llenéis de toda la plenitud de Dios (Ef 3, 19).
Por otra parte, el seguimiento no libera de dificultades: con persecuciones. Y de nuevo Pablo: Nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gentiles, mas para los llamados, un Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1 Cor , 22-24).
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