Cuando bajaba del monte le seguía una gran multitud.
Había subido al monte para pronunciar el sermón de la montaña en que nos ha expuesto el nuevo espíritu del Reino. Ahora, tres capítulos más tarde, Jesús baja de la montaña y las palabras dejan paso a los milagros. Va a poner de manifiesto su poder soberano sobre la enfermedad, la naturaleza, los demonios, la muerte.
Un leproso se le acercó, se postró ante Él y le dijo: Señor, si quieres, puedes sanarme.
¡Qué fe tan grande la del leproso, y qué actitud tan envidiable! No hay lamentos, ni exigencias; a pesar de lo terrible de la vida de un leproso en aquellos tiempos. Suplica como suplicará Jesús en Getsemaní: No mi voluntad, sino la tuya. Deja claro su convencimiento de que Jesús puede sanarle, y deja claro que acepta serenamente lo que Jesús decida.
Jesús extendió la mano y lo tocó diciendo: Quiero, queda limpio.
La ley judía prohibía el contacto con leprosos. Prohibición lógica para nuestro sentido común que piensa que lo malo puede echar a perder lo bueno. Jesús, que no comparte eso que llamamos sentido común, se acerca y toca al leproso, por estar convencido de que el bien echa a perder el mal. Una vida condicionada por la ley o por el sentido común es una vida pobre. Una vida condicionada por la fe es una vida rica, porque todo es posible para quien cree (Mc 9, 23).
El Papa Francisco comenta: Acercarse a las personas marginadas, acortar las distancias hasta tocarlas sin miedo de ensuciarse: esta es la cercanía cristiana que nos mostró Jesús liberando al leproso de la impureza de la enfermedad y también de la exclusión social.
Que condición pone el leproso tan preciosa, tan potente, tan sanadora, tan sabia, tan confiada, de total abandono. Si quieres puedes limpiarme. Si quires Señor puedes regalarme una fe como la del leproso. SI TÚ QUIERES SEÑOR.
¡Gloria a Dios!