Después, despidiendo a la multitud, entró en casa. Se le acercaron los discípulos y le dijeron: Explícanos la parábola de la cizaña.
El capítulo 13 de Mateo suele llamarse discurso parabólico. Al final, Jesús preguntará a los discípulos: ¿Habéis entendido todo esto? Ellos dirán: Sí. Pero no lo entienden. De hecho, en este capítulo encontramos, además de ocho parábolas, la explicación a dos de ellas: la del sembrador y la de la cizaña. En ambos casos, Jesús las adapta a la corta capacidad de los discípulos, sacándolas de su órbita teologal más elevada, para ponerlas en una órbita moral más accesible. El lugar central que ocupa Dios en la parábola, es ocupado por el hombre en la explicación. Nosotros, que estamos en mejor disposición que aquellos discípulos en aquel momento para entender a Jesús, haremos bien en quedarnos con la parábola dejando de lado la explicación.
El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles para que recojan de su reino todos los escándalos y a todos los malhechores; y los echarán al horno de fuego.
El trigo y la cizaña crecen juntos; ambos están mezclados tanto en la historia del mundo como en la de cada uno de nosotros. No es tarea nuestra la de separarlos ahora; eso es tarea de Dios al final de los tiempos. Tarea nuestra es la de procurar la mejor convivencia posible entre el trigo y la cizaña. Por ejemplo, así: Con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo (2 Cor 12, 9). O así: He aquí un hecho consolador: mis debilidades, mis aversiones, mi ignorancia, hasta mis propios defectos cantan la gloria del Eterno (Santa Isabel de la Trinidad).
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