El Reino de los Cielos será semejante a diez muchachas que, con sus lámparas en la mano, salieron al encuentro del novio.
En ésta, la primera de las tres parábolas del capítulo veinticinco del Evangelio de Mateo, se trata de diez muchachas: cinco sensatas y cinco necias. En la segunda parábola, la de los talentos, se trata de cuatro criados: tres sensatos y uno necio. En la tercera parábola, la del juicio final, se trata de toda la humanidad: los necios a la izquierda y los sensatos a la derecha del juez. Son las parábolas del juicio; van dirigidas a cristianos judíos que todavía no han superado el Dios de Moisés.
También el capítulo quince del Evangelio de Lucas nos ofrece tres parábolas: la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo perdido. Son las parábolas de la misericordia; van dirigidas a cristianos que, no habiendo sido formados en la ley de Moisés, han asimilado mejor el mensaje de Jesús. La conversión más profunda del creyente consiste precisamente en esto, en creer en el Evangelio (Mc 1, 15); en dejar atrás al Dios de Moisés para quedarse con el Dios de Jesús. Porque la misericordia se ríe del juicio (Sant 2, 13), y en el amor no cabe el temor, antes bien, el amor desaloja el temor. Pues el temor se refiere al castigo, y quien teme no ha alcanzado un amor perfecto (1 Jn 4, 18).
Con sus lámparas en la mano. La fe en el creyente, y el amor en todos, deben ser mantenidos encendidos y con buena provisión de aceite porque la espera puede ser larga. De lo contrario, las preocupaciones mundanas y la seducción de las riquezas (Mt 13, 22) sofocan la llama y nos quedamos a oscuras.
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