Mientras iban caminando, uno le dijo: Te seguiré adondequiera que vayas.
Son tres los posibles seguidores de Jesús. Dos de ellos se lo piden por iniciativa propia; a otro es Jesús quien se lo pide. El Evangelista no se molesta en decirnos si alguno de ellos le siguió; más bien, parece que los tres quedaron defraudados ante las palabras poco amables de Jesús. No compete al seguidor establecer las reglas del juego; eso es cosa del Señor.
Las zorras tienen guaridas, las aves del cielo nidos; pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.
Para seguir a Jesús, para ser cristiano, no basta ser sobrios; es necesario también prescindir de costumbres o tradiciones con las que podemos sentirnos cómodos y seguros, como animales en sus nidos o madrigueras.
El seguimiento a Jesús es siempre en camino, pues es en proceso y en desinstalación constante. La radicalidad de la llamada de Cristo a estar con Él y compartir con Él su misión ha de actualizarse cada día y nos la jugamos no en las intenciones, sino en las concreciones de la vida cotidiana. El Evangelio de Jesús nos invita a que su Palabra encarnada ocupe la centralidad de nuestra vida (Papa Francisco).
Le dijo Jesús: Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios.
Que lo pasado, fuese el que fuese, sea pasado. Que no nos paralice; que nos convierta en estatuas de sal, como la mujer de Lot. San Pablo vive el presente intensamente desde la perspectiva del futuro: Yo, hermanos, una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante (Flp 3, 13).
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