El primer dÃa de la semana, muy temprano, todavÃa a oscuras, va MarÃa Magdalena al sepulcro y ve la piedra quitada del sepulcro.
El primer dÃa de la semana: el que sigue al séptimo, al sábado, el dÃa sagrado judÃo sacralizado en memoria del descanso de Dios en la creación. El primer dÃa de la semana se convierte ahora en el dÃa sagrado cristiano, el domingo o dÃa del Señor, en memoria de la nueva creación alumbrada por la Resurrección.
Tres son los discÃpulos que protagonizan el Evangelio de hoy: MarÃa Magdalena, Pedro y Juan. En un primer momento todos corren desconcertados. Luego, cada uno reacciona a su manera ante la tumba vacÃa. MarÃa piensa que alguien ha robado el cuerpo de Jesús. Pedro, aunque el último en llegar, es el primero en entrar dentro del sepulcro; lo observa todo detenidamente y no sabe a qué atenerse. Luego entra Juan: vio y creyó. Juan fue más rápido que Pedro. La Iglesia-institución suele ser más torpe que la Iglesia-carisma. Pero, aunque le resulte difÃcil, el carisma auténtico sabe respetar la jerarquÃa de la institución.
Años más tarde, Juan proclama con entusiasmo el don de la fe al comienzo de su primer carta; y trata de contagiarlo: Lo que vimos y oÃmos os lo anunciamos también a vosotros para que compartáis nuestra vida, como nosotros la compartimos con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que se colme vuestra alegrÃa (1 Jn 1, 3-4).
Cantemos todos el ALELUYA de nuestra fe con especial entusiasmo en un dÃa como este de la Pascua de Resurrección.
El Papa Francisco nos dice: Los testigos señalan un detalle importante: Jesús resucitado lleva las llagas impresas en sus manos, en sus pies y en su costado. Estas heridas son el sello perpetuo de su amor por nosotros. Todo el que sufre una dura prueba, en el cuerpo o en el espÃritu, puede encontrar refugio en estas llagas y recibir a través de ellas la gracia de la esperanza que no defrauda.
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