Fue a Nazaret, donde se había criado, y según su costumbre entró un sábado en la sinagoga y se puso en pie para hacer la lectura.
La escena sintetiza bien lo que va a ser el mensaje y la vida de Jesús. Por una parte, tenemos un sumario de lo que dirá y hará; por otra parte, las reacciones de acogida y de rechazo de la gente. Al principio, sus paisanos le escuchan con agrado: Estaban admirados por aquellas palabras de gracia que salían de su boca. Poco después están a punto de lincharle: Le llevaron a un barranco con intención de despeñarlo. Pero Él se abrió paso entre ellos y se marchó. Así es cómo aquella primera visita a su querido Nazaret se convierte en un preludio que anuncia su muerte, resurrección y ascensión al cielo.
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido para que dé la Buena Noticia a los pobres…, la liberación a los cautivos, la vista a los ciegos, la libertad a los oprimidos…
Ha llegado el momento esperado desde hace tantos siglos; el momento de la salvación anunciado por María en su Magnificat y por Zacarías en su Benedictus. Con Jesús llega la liberación del hombre; la restauración del orden y de la paz en su sentido más profundo: Esta Escritura que acabáis de oír se ha cumplido hoy.
En verdad, como proclamó el ángel de Belén, esto es una gran alegría para todo el mundo. Porque no es cuestión de observar escrupulosamente los mandamientos y los actos de culto. No es cuestión de lo que nosotros podemos hacer para obtener su salvación y liberación. Es cuestión de creer y de confiar porque, en el fondo, es Él quien nos las obtiene.
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