Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.
Jesús invita frecuentemente a la vigilancia; a estar, metafóricamente hablando, despiertos. No se trata de una vigilancia cualquiera. Se trata de una vigilancia cuyo fundamento es la esperanza firme de un futuro próximo infinitamente mejor que el presente, ya que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni la mente humana concibió, lo que Dios tiene preparado para quienes lo aman (1 Cor 2, 9). Por eso mismo este tiempo de vigilante espera está marcado por la sobriedad y la frugalidad respecto a las cosas de este mundo. Pedro nos exhorta: Sed sobrios y velad. Vuestro adversario, el diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe (1 P 5, 8-9). Y Pablo: No durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios (1 Tes 5, 6).
Jesús reafirma su invitación con dos breves parábolas: la del dueño de casa que vigila y la del mayordomo encargado de mantener la casa a punto para cuando llegue su señor. Es necesario estar siempre muy atentos porque este Señor nuestro puede llegar en cualquier momento y de muchas maneras: en la persona necesitada, en el prójimo herido, en la muerte.
Esta vigilante espera a la que nos invita Jesús no es una espera marcada por la pasividad y el temor, como la del tercer siervo de la parábola de los talentos, sino una espera rebosante de dinamismo, como la de los dos primeros siervos.
Esta reflexión es del Papa Francisco: El pensamiento del encuentro final con el Padre, rico en misericordia, nos llena de esperanza y nos estimula a comprometernos constantemente en nuestra santificación y en la construcción de un mundo más justo y fraterno.
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