¿A qué se parece el reinado de Dios? ¿Con qué lo compararé? Se parece a una semilla de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto; crece, se hace un arbusto y las aves anidan en sus ramas.
La comparación del profeta Ezequiel nos agrada más: Echará ramas, dará fruto y llegará a ser un cedro magnífico; anidarán en él todos los pájaros, a la sombra de su ramaje anidarán todas las aves (Ez 17, 23). Pero a Jesús no se le ocurre comparar el reinado de Dios con la semilla de un majestuoso cedro del Líbano. ¡Siempre su predilección por lo pequeño e insignificante!
A los científicos sí se les ha ocurrido la grandiosa teoría del Big-Bang tratando de explicar el origen del universo. Pero, conociendo los gustos de Dios, el comienzo de la creación debió tener poco de Big y nada de Bang. Esa afición de Dios por lo pequeño se agudiza cuando nos mira: Si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos (Mt 18, 3).
¿A qué compararé el reinado de Dios? Se parece a la levadura que una mujer toma y mezcla con tres medidas de masa, hasta que todo fermenta.
Aparte la afición de Dios por lo modesto y sencillo, las dos parábolas nos hablan del poder de Dios para transformarlo todo. ¡Las dos parábolas son tan oportunas para enseñarnos a vivir con serenidad y confianza estos tiempos en los que el Señor parece empeñado en hacernos insignificantes en medio de la sociedad! Nos cuesta entenderlo y nos cuesta aceptarlo. ¡Nos gustaría tanto que, tanto en el plano personal como en el plano social, las cosas fuesen de otra manera! ¡Dichosos los que crean sin haber visto! (Jn 20, 29).
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