Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer.
Al llegar la plenitud de los tiempos. Cuando, después de milenios de espera, Dios decide que todo tenga a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra (Ef 1, 10).
Envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer. El Hijo de Dios, Hijo de María. Dios verdadero y hombre verdadero; una única persona: Jesús. Por eso que María, la Madre de Jesús, es Madre de Dios.
Los pastores fueron a toda prisa y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre.
María, desde sus entrañas, aprendió a escuchar el latir del corazón de su Hijo y eso le enseñó, a lo largo de toda su vida, a descubrir el palpitar de Dios en la historia. Celebrar la maternidad de María como Madre de Dios y Madre nuestra al comenzar el nuevo año, significa recordar una certeza que acompañará nuestros días: somos un pueblo con Madre, no somos huérfanos (Papa Francisco).
Aprendamos a venerar a María como lo hicieron sus mejores devotos:
- Jesús: la quiere más por creyente que por madre: Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen (Lc 8, 21).
- Isabel: más de lo mismo; la fe por encima de la biología: Feliz la que ha creído (Lc 1, 45).
- Juan: nunca la llama por su nombre; para el discípulo amado lo primordial de todo discípulo es la fe.
Al comenzar el nuevo año, en esta fiesta de la Madre, Madre de Jesús-Madre de Dios, la contemplamos sabiendo leer y escuchar la Palabra de Dios, sabiendo sentir el pálpito de Dios en los acontecimientos de la vida; también cuando sumida en el desierto de los sentidos. Y le pedimos que afine en nosotros esa calidad de escucha.
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