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01/02/2021 Lunes cuarto (Mc 5, 1-20)

Al desembarcar, le salió al encuentro desde un cementerio un hombre poseído por un espíritu inmundo. Habitaba en los sepulcros. Nadie podía sujetarlo, ni con cadenas.

Este personaje representa a tantos hombres y mujeres que viven en un lamentable estado de permanente alienación. ¿Podría ser por problemas mentales? ¿Por adicciones perniciosas? Por lo que sea. El relato nos dice que Jesús recupera y devuelve la dignidad a toda persona; también a la más desfigurada y abominable. Nunca da a nadie por perdido.

Jesús le preguntó: ¿Cómo te llamas? Contestó: Somos Legión, porque somos muchos.

En el Evangelio de ayer veíamos al hombre de la sinagoga poseído por un espíritu inmundo; un espíritu inmundo de complicada identidad porque primero habló en plural y luego en singular. Hoy tenemos algo parecido. Habla uno pero dice: somos muchos. La fuerza o fuerzas del mal superan nuestra capacidad de comprensión; nos superan en todo si vamos por la vida confiados en nosotros mismos. Pero cuando caminamos acompañados por Jesús la cosa cambia: Siendo yo sierva de este Señor y Rey, ¿qué mal me pueden ellos hacer a mí? ¿Por qué no he de tener fortaleza para combatirme con todo el infierno? (Sta. Teresa).

Y empezaron a suplicarle que se marchara de su territorio.

Los cerdos eran la riqueza de aquella región. Entendámoslo en sentido figurado. Recordemos que el hijo pródigo vivió lo peor de su vida rodeado precisamente de cerdos. Jesús llega al país de los cerdos y, a costa de ellos, libera al hombre enajenado. Para Jesús lo primero es la persona humana. Para los poderes financieros y políticos que dominan la sociedad, no. Lo primero son los cerdos. Jesús sobra.

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