01/02/2022 Martes cuarto (Mc 5, 21-43)
- Angel Santesteban
- 31 ene 2022
- 2 Min. de lectura
Jairo, el padre de la niña moribunda, suplica a Jesús: Mi hijita está en las últimas. Ven e impón las manos sobre ella, para que sane y conserve la vida. La mujer que sufre hemorragias piensa en sus adentros: Con solo tocar su manto, quedaré sana.
Los dos milagros coinciden en algunas cosas. Una, el número doce: es la edad de la niña, y son los años que la mujer lleva enferma. El número doce representa al pueblo de Israel. Otro elemento común, típico de la antigua religiosidad, es el contacto físico. Tanto el jefe de la sinagoga como la mujer enferma lo creen indispensable. Pero ahora ya no será así. Jesús dice a Jairo: No temas, basta que tengas fe. Y despedirá a la mujer con estas palabras: Hija, tu fe te ha sanado. La fe es suficiente. Las distancias físicas carecen de significado. Lo sabía bien el centurión romano (Lc 7, 7).
De todos modos Jesús se amolda a la mucha o poca fe de quien se acerca a Él. Toca a la niña y se deja tocar por la mujer. Es emocionante contemplar la compasión y la cercanía de Jesús con los que sufren. En verdad, su persona es fuente de salvación. Salvación que comienza siendo ofrecida en forma de salud. Salud, ante todo, interior; liberándonos de tantos demonios que coartan la vida: la culpa, el miedo, la ansiedad… He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10, 10).
La vida en abundancia se pone de manifiesto no solo cuando gozamos de buena salud, sino también sabiendo vivir la enfermedad y la vejez. Forma parte de una buena salud el saber decir serenamente sí a las limitaciones de la edad o a la enfermedad terminal.
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