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01/03/2022 Martes octavo (Mc 10, 28-31)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 28 feb 2022
  • 2 Min. de lectura

Pedro se puso a decirle: Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.

El hombre rico se ha marchado triste, incapaz de abandonar sus bienes para seguir a Jesús. Los discípulos quedan impactados. Pedro aprovecha la ocasión para conseguir algo por lo que suspiran todos ellos, pero que no se atreven manifestar. Hasta ahora solamente ha prometido hacer de ellos pescadores de hombres. No lo entienden. Ahora, por fin, Jesús va a satisfacer sus pretensiones.

Nadie quedará sin recibir el ciento por uno: ahora, al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna.

Quien sigue a Jesús experimenta un cambio radical de vida. Entra a formar parte de la nueva familia de los hijos de Dios, con vínculos más profundos y universales que los de la sangre o los genes: Ya no se siente esclavo, sino hijo; y, si hijo, heredero por disposición de Dios (Gal 4, 7). Quien sigue a Jesús no se aflige por las renuncias exigidas; al contrario, vive en la alabanza y el agradecimiento ante tanta recompensa. Aunque abunden las persecuciones; aunque siempre esté presente la cruz. Así Pablo: Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor (Flp 3, 8). Y así nos exhorta: Que podáis conocer el amor de Cristo que excede todo conocimiento, y os llenéis de toda la plenitud de Dios (Ef 3, 19).

Pero muchos primeros serán últimos y los últimos, primeros.

¿Qué nos quiere decir Jesús con estas enigmáticas palabras? Probablemente que no establezcamos categorías entre sus seguidores. Si lo hacemos, Él mismo se encargará de trastocarlas. No tenemos ningún mérito por haber sido llamados los primeros.

 
 
 

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