Esta generación es malvada; reclama una señal, y no se le concederá más señal que la de Jonás.
Parece la respuesta a una petición anterior, cuando unos, para ponerlo a prueba, le pedían una señal del cielo (v. 16). Jesús se desazona porque, después de tanto tiempo con ellos, discípulos y no discípulos, no creen en Él. Marcos nos ofrece una muestra más fuerte del desánimo de Jesús: ¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo habré de soportaros? (Mc 9, 19).
Cuando Jesús habla de la señal de Jonás está pensando en la cruz, la suprema manifestación del Dios-Amor. Quienes no creen, ¿creerían si viesen un milagro espectacular? Es lo que los jefes judíos le piden de nuevo al pie de la cruz: Ha salvado a otros, que se salve a sí mismo si Él es el Cristo de Dios, el Elegido (Lc 23, 35). La respuesta de Jesús es ésta: Y yo, cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí (Jn 13, 32).
A todos. Todos es una palabra que no admite excepción. Así que también atraerá a los que no creen. Jesús, como sabe que Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2, 4), da por hecho que esa voluntad de Dios se realizará. Pero, como ser humano que es, le gustaría que las cosas fuesen más rápidas y que todos los hijos de Dios fuésemos un poco más perspicaces.
Nosotros, creyentes por gracia de Dios, compartimos los sentimientos, las inquietudes y las convicciones de Jesús. También su disgusto. Es para alabar a Dios contemplar a este Jesús, en todo como nosotros menos en el pecado, tan decepcionado.
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