Era un propietario que plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar y edificó una torre; la arrendó a unos labradores y se ausentó.
El propietario es Dios. La viña, el pueblo de la Antigua Alianza. Los siervos, los profetas. El hijo, Jesús. Los labradores primeros, el pueblo judÃo. Los labradores últimos, todos los pueblos de la tierra.
Ante el creciente rechazo que su persona y su mensaje provocan en las autoridades judÃas, Jesús vaticina con precisión su próximo futuro; y lo asume con entereza. Pasará momentos de angustia, como en GetsemanÃ, pero la aceptación serena de la voluntad del Padre dominará sus últimos dÃas: Ahora mi espÃritu está agitado, y, ¿qué voy a decir? ¿Que mi Padre me libre de este trance? No; que para eso he llegado a este trance. Padre, da gloria a tu Nombre (Jn 12, 27-28).
Hay ocasiones en que no resulta tan difÃcil vaticinar lo que nos puede deparar un futuro más o menos cercano. Como cuando nos diagnostican una enfermedad seria; o cuando comenzamos a experimentar los achaques de la edad… Entonces es bueno poner los ojos en este Jesús que tiene la voluntad del Padre como bisagra de su vida.
El Papa Francisco escribe: El camino de nuestra redención es un camino de muchos fracasos. También el último, el de la cruz, es un escándalo. Pero precisamente ahà vence el amor. Y esa historia que comienza con un sueño de amor y continúa con una historia de fracasos, termina en la victoria del amor: la cruz de Jesús. No debemos olvidar este camino; es un camino difÃcil.