Ellas partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discÃpulos.
Son MarÃa Magdalena y MarÃa la de Santiago. Llegan al sepulcro al despuntar el alba y son testigos de un fuerte temblor y de un ángel del Señor que baja del cielo y hace rodar la piedra del sepulcro sentándose sobre ella. El ángel ha intentado tranquilizarlas: No temáis, y les ha dicho que Jesús ha resucitado y vayan a comunicarlo a los discÃpulos. A las dos mujeres les cuesta superar el sobresalto. Pero deben hacerlo, porque el anuncio de la resurrección ha de hacerse vacÃos de miedos o dudas y llenos de gozo y confianza. La alegrÃa es caracterÃstica esencial del cristiano.
Ante la resurrección, muchos, como los guardias del sepulcro, reaccionan según deciden los que mandan. No ejercen su derecho a pensar y hablar; se dan por satisfechos recibiendo una buena suma de dinero.
Ante la resurrección, los creyentes, como las mujeres, nos acercamos, abrazamos sus pies y nos postramos ante Él. A nosotros se nos ha dado creer en algo tan increÃble como la resurrección del Crucificado; se nos ha dado el encuentro personal con el Resucitado. El Señor lo hace de distinta manera con cada uno, como sucedió con los de Emaús, o con Tomás. El encuentro es determinante: ni los discÃpulos de entonces ni los de ahora somos los mismos después del encuentro; quedamos definitivamente marcados.
El Papa Francisco hace esta reflexión: Encontrar a Cristo significa descubrir la paz del corazón. Las mismas mujeres del Evangelio, después de la turbación inicial, experimentan una gran alegrÃa al reencontrar vivo al Maestro. Cristo resucitado no muere más, porque la muerte ya no tiene poder sobre Él.