El año 1955 el Papa Pío XII instituyó esta fiesta de san José Obrero. En los Evangelios, san José aparece como un hombre fuerte y valiente, trabajador; en su alma se percibe una gran ternura, que no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario (Papa Francisco).
¿De dónde saca éste su saber y sus milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero?
Los nazarenos santificaban el sábado asistiendo a la liturgia, escuchando la Palabra de Dios y aprobando o reprobando al comentarista de turno. Hoy están maravillados ante las palabras de Jesús. Pero hay algo que no entienden. Tanta excelencia en el hijo del carpintero de Nazaret les resulta sospechosa: ¿De dónde saca todo eso?
Aquellos nazarenos reaccionan como reaccionamos todos. Es que lo de Jesús es excesivamente novedoso y revolucionario. Preferimos continuar allí donde estamos, bien instalados en nuestra habitual religiosidad. Sus mismos familiares desconfiaban de Él: Ni sus propios parientes creían en Él (Jn 7, 3).
Tener ante los ojos la figura de san José nos ayuda mucho. Nos ayuda a salir de nuestros sillones; nos ayuda a emprender caminos nunca antes recorridos; nos ayuda a recordar que, aunque pueda parecer que el mundo está en manos de unos pocos poderosos, quien lleva los hilos de la historia es el Señor; nos ayuda a comprender que estamos en las mejores manos.
La figura de san José Obrero debe ayudarnos también a los que oficialmente no trabajamos porque nos hemos jubilado. Porque, jubilaciones aparte, siempre tenemos que estar ocupados en el mejor de los trabajos: el servicio a los demás, comenzando por los más cercanos. José siempre vivió pendiente de quienes Dios puso a su lado.
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