No pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno.
A lo largo de sus casi tres años de convivencia, Jesús ha insistido a sus discípulos en la necesidad de orar. Se lo ha enseñado, sobre todo, con su ejemplo. Ahora, en su oración de despedida en la mesa de la última cena, ora por ellos: Padre Santo, cuida en tu nombre a los que me has dado.
Para que sean uno como nosotros.
No es fácil conservar la unidad en cualquier tipo de convivencia. Con frecuencia, las diferencias humanas tienen más fuerza que las convicciones divinas. Una vida cristiana puede tener muchas cosas buenas, pero si no sabe de fraternidad es como una campana que resuena o un platillo estruendoso (1 Cor 13, 1).
Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al mundo.
Los seguidores de Jesús no debemos ni demonizar ni desentendernos del mundo. El mundo está destinado a la salvación y nosotros, como el Señor, nos dedicamos a intentar liberarlo de las fuerzas del mal que lo tiranizan. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él (Jn 3, 17).
Santifícalos en la verdad. Tu Palabra es verdad.
Pilato preguntó a Jesús: ¿Qué es la verdad? (Jn 18, 38). Pero estaba demasiado comprometido con los ídolos del poder y del prestigio como para interesarse por la verdad. Con la Verdad, con mayúscula, no hay componendas posibles. Quienes seguimos a Jesús lo sabemos. Vivir en la Verdad es vivir en la fidelidad a la Palabra que es el mismo Jesús: Yo soy el Camino, la verdad y la Vida.
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