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01/07/2021 Jueves 13 (Mt 9, 1-8)

Jesús subió a una barca, cruzó a la otra orilla y llegó a su ciudad.

Los paganos gadarenos preferían sus cerdos, y le habían suplicado a Jesús que abandonase su territorio. Jesús vuelve a cruzar el lago; vuelve a su ciudad de Cafarnaún, donde reside en casa de Pedro.

Para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados –dice entonces al paralítico-: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.

Es la frase principal del episodio. Jesús, antes de ocuparse de la curación del cuerpo, se ocupa de la curación del espíritu: lo fundamental para una buena vida. El paralítico no se ha preparado para recibir el perdón. No lo necesita. Jesús se lo da de forma soberana e incondicional. Quien disfruta de buena vida no olvida lo negativo del pasado; lo recuerda y vive de otra manera. Eso significa tomar la camilla. El exparalítico no arrojará la mugrienta camilla a la basura, sino que la lavará, la colocará en una pared de su casa y la mostrará a quienes le visitan. La camilla no será fuente de vergüenza o parálisis, sino de gozo y buena salud.

¡Cuánto nos gustaría eliminar de nuestro historial algunas cosas más o menos turbulentas o penosas! Pues, no. La mejor salud, la salvación, tendrá que ver con la asimilación que hacemos de lo más negativo del pasado. También Jesús guardó su camilla conservando las llagas de la Pasión: Con sus heridas habéis sido curados (1 P 2, 24).

Él se levantó y se fue a su casa.

Se levantó. Se puso en pie. Adquirió toda su dignidad. Ahora es amo y señor de su casa; en ella se mueve con toda libertad.

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