Cuando se iba de allí, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado en el despacho de los impuestos, y le dice: Sígueme. Él se levantó y le siguió.
Sígueme. A Jesús no le importa su oscuro pasado. Mateo pertenece al tan odiado gremio de los publicanos, vendidos al poder romano. A Jesús no le importa ni nuestro pasado, ni nuestra incapacidad para salir de nosotros mismos. Sigue ofreciendo su misericordia con absoluta gratuidad siempre y a todos.
Él se levantó y le siguió. Si no vivimos anestesiados por la rutina o la comodidad, sabremos seguir las invitaciones que la vida nos presenta. La Palabra de Dios es la luz que nos ilumina de modo que no desaprovechemos esas oportunidades y no vivamos medio muertos.
Y sucedió que, estando Él a la mesa en la casa, vinieron muchos publicanos y pecadores, y estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos.
Mateo ha sintonizado pronto y bien con Jesús. Lo primero que hace para celebrar el encuentro con Jesús, el evento más importante de su vida, es organizar una comida e invitar a sus amigos; todos ellos, por cierto, de muy dudosa categoría moral. De hecho, el comportamiento de Jesús escandaliza a los más piadosos.
No vine a llamar a justos, sino a pecadores.
Los más piadosos de entonces, los fariseos, pretendían formar grupos de personas justas ante Dios, apartándose de todo lo que pudiese menoscabar su integridad moral. Pero resulta que Jesús se relaciona cordialmente con quienes ellos consideran la escoria de la sociedad.
Todo seguidor de Jesús debe tener claro que nuestra Iglesia es una Iglesia de pecadores, no de justos. Es un buen fariseo quien se rasga las vestiduras ante cualquier escándalo.
Comments