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01/08/2021 Domingo 18 t.o. (Jn 6, 24-35)

Os lo aseguro, me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros.

Buscan a Jesús por interés. ¿Quién de nosotros no lo hace? Ya sabemos que en ningún lugar vivimos mejor que en la casa del Padre. Aquel padre que no rechazó al pródigo porque carecía de verdadero arrepentimiento, y volvía buscando llenar el estómago. Es bueno ser conscientes de las verdaderas motivaciones de nuestro seguimiento. Es bueno que no nos preocupemos demasiado con nuestro egocentrismo. Es bueno poner en sus manos la tarea de purificarnos el corazón haciéndonos llegar a la meta que canta el poeta: aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera.

¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios? La obra de Dios es creer en aquel que él ha enviado.

La obra de Dios, lo que Dios quiere, lo que Jesús pide a sus oyentes, no es el cumplimiento de los mandamientos, sino que crean en su persona. Naturalmente, quienes le escuchan se sorprenden. Es el error tan universalmente presente de confundir la ética con la religión. O sea, soy buen cristiano si guardo los mandamientos, aunque Jesús me resulte desconocido. Evidentemente, la fe en Jesús nos permite cumplir las obras de Dios, comenzando por la primera de ellas, la del amor al prójimo.

Si nos dejamos implicar en esta relación de amor y de confianza con Jesús, seremos capaces de realizar buenas obras con perfume de Evangelio, por el bien y las necesidades de los hermanos (Papa Francisco).

Los judíos necesitan un prodigio para aceptar las palabras de Jesús: ¿Qué señal haces para que veamos y creamos? Cuando, como aquellos judíos, vivimos instalados en una vida de buenas costumbres y sin sobresaltos, nos resulta arduo a todos cualquier cambio; a todos, pero especialmente a personas mayores. Recordemos las palabras de Jesús a Pedro sobre el gran cambio que nos espera a todos: Cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras (Jn 21, 18).

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