Al oírlo Jesús, se retiró de allí en una barca, aparte, a un lugar solitario.
El asesinato del Bautista tiene un gran impacto en Jesús. Necesita un espacio de reflexión y de oración para asimilar el suceso y discernir la voluntad de Dios en algo tan injusto e irracional. Percibe que a Él le puede aguardar la misma suerte. Busca un rato de soledad.
Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos.
Antes de poner pie en tierra, Jesús ve con claridad la voluntad de Dios para ese momento; la multitud que le espera requiere su atención. En verdad, Dios se hace presente no donde nosotros le buscamos, sino donde Él quiere que le encontremos.
El lugar está deshabitado, y la hora es ya pasada. Despide, pues, a la gente, para que vayan a los pueblos y se compren comida.
Jesús está tan ocupado con la gente que parece haber perdido el sentido del tiempo. Los discípulos han hablado entre sí y han decidido ayudarle a actuar correctamente. Llevan bastante tiempo con Él, pero todavía piensan que Jesús necesita ayuda; les parece que a veces le falla el sentido común. Son conscientes del problema que se les presenta, pero no sospechan que ellos lo puedan resolver. Es posible sentir que vivimos en buena sintonía con Jesús y no compartir sus sentimientos o convicciones. Los discípulos quedan desconcertados ante las palabras que Jesús les dirige.
No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer.
Comenta el Papa Francisco: Jesús percibe nuestros problemas, nuestras debilidades, nuestras necesidades: invita a convertirnos a la fe en la Providencia, a saber compartir lo poco que somos y tenemos, y no cerrarnos nunca en nosotros mismos.
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