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01/09/2021 Miércoles 22 (Lc 4, 38-44)

Él se inclinó sobre ella, increpó a la fiebre y se le fue. Inmediatamente se levantó y se puso a servirles.

Jesús ha hecho de la casa de Pedro, en Cafarnaún, su nuevo domicilio. Es sábado. En la sinagoga la gente ha quedado impactada ante sus enseñanzas y ante el milagro de la liberación del hombre poseído por un mal espíritu. Y llegan a casa: la suegra de Pedro estaba con fiebre muy alta y le suplicaban que hiciera algo por ella.

Le suplicaban. No es la única vez en que la persona enferma no hace ni dice nada. Son otros, hoy los testigos de lo sucedido en la sinagoga, quienes obtienen de Jesús la salud para la suegra de Pedro. La consecuencia inevitable de la acción de Jesús es el servicio: Ella se levantó y se puso a servirles. Creamos vivamente en la intercesión y en la comunión de los santos. Y aprendamos a mirar al necesitado, todos lo somos, como miraba Él. Podría darse que el necesitado fuese culpable de su situación. Jesús no adopta actitudes de juez; nos ve a todos como víctimas: fiebres, posesiones diabólicas, compulsiones, pecados…; todo lo que envilece nuestra vida.

Por la mañana salió y se dirigió a un lugar despoblado. La multitud lo anduvo buscando y cuando lo alcanzaron lo retenían para que no se fuese.

Con razón. Un Jesús cercano es garantía de buena salud. Todos, como María Magdalena, queremos retenerle. Nos lo apropiamos. Creamos un círculo a su alrededor y nos convertimos en una barrera difícil de franquear para los ciegos que piden limosna a la vera del camino. Pero Él no se deja enjaular: También a los otros pueblos tengo que anunciarles el Reino de Dios; para eso me han enviado.

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