Simón le respondió: Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.
Es difícil calibrar cuánto hay de fe y cuánto de escepticismo en estas palabras de Pedro. Lo importante es que Pedro obedece. Como el muchacho de la parábola que primero se negó pero luego fue a trabajar a la viña. Pedro es experto en creer en Jesús con una fe llena de sombras. Como cuando se pone a andar sobre las olas y al poco rato se hunde.
Al verlo, Simón Pedro cayó a los pies de Jesús, diciendo: Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador.
Es un momento que Pedro nunca olvidará. Por un lado, la experiencia penosa de su pecaminosidad; por otro, la experiencia gloriosa de la grandeza de Jesús. El momento marcará un antes y un después en su relación con Jesús. Experiencia semejante la tuvo Pablo: ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte? ¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor! (Rm 7, 24-25). Pablo sabe bien que el pecado es el espacio preferido por Dios para manifestarse al hombre: Porque Dios encerró a todos los hombres en la rebeldía para usar con todos ellos de misericordia (Rm 11, 32). También a Teresa de Ávila le fue otorgado probar esa misma experiencia: Con regalos grandes castigabais mis delitos (V 7, 19). Se comienza a ser verdadero cristiano cuando se ha vivido esta experiencia.
Jesús nos invita a no confiar en las propias fuerzas; a no avergonzarnos de la debilidad; a aprender a dejarlo todo en sus manos. Al fin y al cabo, ¿qué tenemos que no hayamos recibido?
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