01/12/2025 Lunes 1º de Adviento (Mt 8, 5-11)
- Angel Santesteban

- hace 1 día
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Al entra en Cafarnaún se le acercó un centurión.
Es la mayor autoridad en la ciudad; representa al odiado ejército romano de ocupación. Pero es hombre humilde y bueno que se hace querer por quienes deberían odiarlo. Ellos mismos interceden por él ante Jesús: Merece que se lo concedas porque ama a nuestro pueblo; él mismo nos ha edificado la sinagoga (Lc 7, 4).
Tiene una fe sorprendente: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Tan sorprendente que Jesús exclama: Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande.
Contemplamos al centurión, la naturalidad con la que se acerca a Jesús, sin reverencias ni excesivas palabras. Va por la vida como si el milagro fuese lo más natural; que sí lo es.
Estamos ante el misterio de un Dios que regala la fe a quien le place. La siguiente anécdota lo ilustra bien. Un escritor agnóstico preguntó al Papa Francisco si, como su madre moribunda, creía de verdad que madre e hijo volverían a encontrarse en el cielo. Francisco contestó: Naturalmente que sí. La promesa del Señor es esa. Nos va a llevar a todos allá. Con Él. A todos. A su madre, a su padre… A usted también, aunque no crea. Eso a Dios le da igual… ¡Qué le vamos a hacer! Son cosas de Dios.
Señor, no soy digno… Es la frase que también nosotros repetimos en cada liturgia eucarística. Dialogar con Dios es una gracia. Nosotros no somos dignos, no tenemos ningún derecho que reclamar, nosotros cojeamos con cada palabra y cada pensamiento… Pero Jesús es la puerta que nos abre a este diálogo con Dios (Papa Francisco).
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