02/01/2022 Domingo 2º de Navidad (Jn 1, 1-18)
- Angel Santesteban
- 1 ene 2022
- 2 Min. de lectura
En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
Juan introduce su Evangelio con el sublime poema de la Palabra de Dios encarnada. Intenta provocar asombro y agradecimiento ante un misterio tan asombroso. Quiere que aprendamos a ver el mundo como el hogar de Dios y a los hombres como sus mejores amigos, porque Dios puso su morada entre nosotros.
Vino a los suyos, mas los suyos no lo recibieron.
Esta será la continua lucha de Jesús: iluminar, llevar la luz que hace ver las cosas como están, como son; hace ver la libertad, hace ver la verdad, muestra el camino por el que ir (Papa Francisco). ¿Lo conseguirá? ¡Indudablemente que sí!: ¡Ánimo! Yo he vencido al mundo (Jn 16, 33).
Y la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros.
Después de decir esta Palabra, Dios ha quedado como mudo y no tiene más que hablar, porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en Èl todo, dándonos al Todo, que es su Hijo (Juan de la Cruz).
La ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.
El antiguo régimen ponía sobre los hombros de los hombres el peso de la salvación. Era la religión de las obras y de los esfuerzos de los hombres. Es un régimen que ejerce cierto hechizo sobre muchos. Pablo se queja a los gálatas: Me maravillo que tan pronto hayáis abandonado al que os llamó por la gracia de Cristo para pasaros a otro evangelio (Gal 1, 6).
El nuevo régimen pone sobre los hombros de Jesús el peso de la salvación. Él es gracia, es regalo, es gratuidad. Y ésta es la realidad suprema que abraza toda otra realidad, y hace que toda sombra se desvanezca ante semejante luz. Es la religión vivida como una historia de amor por parte de Dios. A nosotros nos toca dejarnos querer; como niños.
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