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02/03/2024 Sábado 2º de Cuaresma (Lc 15, 1-3; 11-32)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 1 mar 2024
  • 2 Min. de lectura

Un hombre tenía dos hijos.

La historia del sacramento del perdón ha sido una sucesión de despropósitos. Lo último ha sido hacer del confesionario un tribunal, sentando a Dios en el sillón del juez y al pecador en el banquillo del reo. Se hacen preguntas y se imponen penitencias. Lejos, muy lejos, de la actitud del padre de la parábola que, estando todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente.

Nos cuesta creer en un padre de corazón tan blando; y que todo acabe en un abrazo, sin preguntas ni penitencias. Ni siquiera hay verdadero arrepentimiento en aquel muchacho que solo piensa en llenar su estómago.

Jesús nos invita a centrar la mirada en el personaje central de la parábola y del universo entero: el padre. La parábola nos dice cómo es Dios: el Dios que siempre espera, que siempre abraza, que siempre perdona. Claro que también los dos hijos, siendo personajes secundarios, son buenas ilustraciones de la condición humana. Todos tenemos algo de los dos.

El hijo mayor se irritó y no quería entrar.

Si el hijo menor se equivoca pensando que puede vivir bien lejos de la casa de su padre, el hijo mayor se equivoca renegando de la blandura del corazón de su padre. La gratuidad como sistema le parece peligrosa; puede fomentar el libertinaje. San Pablo, que antes había sido como el hijo mayor, dice después de su conversión: Por gracia habéis sido salvados mediante la fe. Y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios. Tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe. Hechura suya somos (Ef 2, 5-10).

 
 
 

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