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21/04/2025 Lunes de la Octava de Pascua (Mt 28, 8-15)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 20 abr
  • 2 Min. de lectura

Las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos.

Celebramos la fiesta de Pascua durante ocho días; como si fuera uno solo. Así disfrutamos más y profundizamos más en la gloriosa realidad del Crucificado-Resucitado. Es lo que pretenden las lecturas de esta Octava de Pascua.

Corrieron. En la mañana de la Resurrección todos corren: mujeres, Magdalena, Pedro, Juan… No es para menos. Ha sucedido algo increíble, inaudito; algo que sobrepasa la imaginación más calenturienta.

De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: Alegraos. Ellas se postran a sus pies, y Él les dice: No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán

Jesús se apareció a sus discípulos: primero a ellas, luego a ellos. No se apareció a los guardias del sepulcro, ni a los sumos sacerdotes, ni a la inmensa mayoría de los habitantes de Jerusalén. Así lo sigue haciendo también hoy. El discípulo Juan escribe: Nosotros hemos conocido y hemos creído en el amor que Dios nos tiene (1 Jn 4, 16). No se ha aparecido, no se ha dado a conocer a los no creyentes; a nosotros, sí. Ningún mérito de nuestra parte y ninguna culpa de la suya.

 

Alegraos… No tengáis miedo… Id a comunicar. Alegría y miedo son incompatibles. El agraciado con la aparición del Resucitado experimenta un cambio profundo: se sitúa ante la vida de manera totalmente nueva, y ve cómo la confianza sustituye al miedo. Siente, además, la necesidad de comunicar su vivencia. El sentido de misión es el sello de garantía de la experiencia de la fe en el Resucitado.

 
 
 

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