La multitud alfombró el camino con sus mantos; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada… ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
Estamos invitados a acompañar a Jesús en todos estos días de la Semana Santa. Comenzamos aclamando a Jesús en este domingo de Ramos, agradecidos por la salvación que nos trae a todos al final de los tiempos, y por la vida en abundancia que nos trae ya a quienes hemos sido agraciados con el don de la fe.
Le aclamamos hoy, conscientes de que este triunfo se transforma pronto en trágico fracaso; conscientes de que muchos que le aclamaban entrando en Jerusalén, gritarán poco después: ¡Crucifícale! Conscientes de la poca consistencia y fiabilidad de nuestra fidelidad. Conscientes también de que todo concluirá con un infinito ALELUYA. Nuestro canto de resurrección tendrá sentido pleno solamente si seguimos al Señor entregando la vida.
La mejor manera de vivir el domingo de Ramos es acercándonos, como Juan en la última cena, al corazón de Jesús pidiéndole que nos desvele este misterio; porque sorprende mucho que Él, tan poco amigo de alharacas, se deje agasajar tan aparatosamente. Y es que, además, cuando unos fariseos se lo censuran, les dirá: Os digo que, si éstos callan, gritarán las piedras (Lc 19, 40). El gesto público de hoy nos lleva a evocar el gesto privado de la Transfiguración ante solo tres discípulos.
La escena de Jesús montado sobre un borrico, no sobre un caballo, no habla de un imperio construido sobre la fuerza; habla más bien de un reino de paz y de justicia para todos, también para los pobres. Seguramente algunos verían en el gesto de Jesús una crítica al poderío romano. La escena no haría ninguna gracia a los romanos que la presenciaron.
Todos estamos llamados a vivir este día en clave de HOSANNA. Es la palabra hebrea que asociamos al domingo de Ramos y que expresa una actitud entusiasta de alabanza a Dios.
Comments