Le preguntaron: ¿Qué tenemos que hacer para trabajar en las obras de Dios? Jesús les contestó: La obra de Dios consiste en que creáis a aquél que Él envió.
La respuesta al joven que preguntó eso mismo fue distinta: Guarda los mandamientos (Mt 19, 17). Pero aquel joven no buscaba seguir a Jesús. La respuesta de hoy es para quienes nos decimos seguidores de Jesús.
Claro que los que hoy preguntan, lo hacen de forma interesada. Le buscan porque acaba de saciar el hambre de la multitud con unos pocos panes y peces. Nuestras necesidades sirven, sí, para acercarnos a Él; pero, una vez cerca, dejemos que Él nos dé lo que Él quiera. Nos ha enseñado a pedir el pan de cada día; cuanto más lo pidamos, mejor aprenderemos a pedir su pan, no el nuestro. Y su pan, su voluntad, es que olvidemos lo nuestro y nos pongamos en sus manos. En esto nos debemos empeñar. Todo lo demás es secundario.
Se dice que años atrás, en tiempos del cristianismo de cristiandad, no era tan necesario como hoy tener una relación tan personal con Jesús. Y que hoy, en medio de una sociedad laica, no es posible ser cristiano sin esa relación personal. Quizá. Pero tanto ayer como hoy, se es verdadero cristiano, se es verdadero seguidor de Jesús, cuando la vida está regida por una relación viva y confiada en Él. Así vamos aprendiendo a sentir, a pensar, a sufrir, a vivir como Él. Mantener y fortalecer esta relación viva es la tarea principal del cristiano.
Si el hombre laico de hoy se caracteriza por su vulnerabilidad, los creyentes nos caracterizamos por nuestra consistencia interior, gracias a la Roca sobre la que construimos nuestra casa.
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