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02/09/2021 Jueves 22 (Lc 5, 1-11)

Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre.

Jesús no ha elegido todavía a sus doce apóstoles. La de hoy es, para Pedro y compañeros, una experiencia fundamental en su camino de seguidores de Jesús. Tiene lugar en el lago de Galilea. La entrañable Galilea. Galilea representa el momento y el espacio íntimos en que Jesús se manifiesta a quienes Él escoge. Por eso, en la mañana de la Resurrección, Jesús dirá a las mujeres: Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán (Mt 28, 10). El Papa Francisco comenta: Volver a Galilea quiere decir releer todo a partir de la cruz y de la victoria. Ir a Galilea significa redescubrir nuestro bautismo como fuente viva, sacar energías nuevas de la raíz de nuestra fe y de nuestra experiencia cristiana. Volver a ese punto incandescente en que la gracia de Dios me tocó al comienzo del camino. Con esta chispa puedo encender el fuego para el hoy, y llevar calor y luz a mis hermanos.

Jesús ha irrumpido en la vida de Pedro, y esa vida da un vuelco. Él, experto pescador, llega incluso a obedecer una orden desatinada: Rema mar adentro y echad vuestras redes para la pesca. Y queda atónito ante la cantidad de peces. Y, sin entenderlo, asiente a las palabras de Jesús: No temas; desde ahora serás pescador de hombres.

Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron.

Es la actitud esencial del discipulado, de todo seguidor de Jesús. Unas cosas, las materiales, son relativamente fáciles de dejar. Otras, las relacionadas con el ego, son mucho más difíciles de abandonar.

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