Si tuvierais fe como una semilla de mostaza, diríais a esta morera: Arráncate de raíz y plántate en el mar, y os obedecería.
La fe. Fe que es confianza. Esto es algo casi obsesivo en Jesús. Es lo único que nos pide: que creamos, que no nos preocupemos por nada, que no tengamos miedo, que confiemos incondicionalmente en Él. Un día llega a decirnos: si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuanto más el Padre del cielo os dará todo lo que necesitáis.
El Papa Francisco comenta: La fe comparable al grano de mostaza es una fe que, en su humildad, siente una gran necesidad de Dios y, en la pequeñez, se abandona con plena confianza a Él. Es la fe que nos da la capacidad de mirar con esperanza los altibajos de la vida; es la fe que nos ayuda a aceptar incluso las derrotas y los sufrimientos, sabiendo que el mal no tiene nunca, no tendrá nunca la última palabra.
A todos se nos hace difícil vivir animados por esta fe que es confianza a prueba de todo. ¿Por qué se nos hace tan difícil? Porque pensamos que las leyes que rigen las relaciones con Dios son las del comercio. Si le damos, nos da; si no le damos, no nos da. Dicho de otra manera: si somos buenos, nos premiará con el paraíso; si somos malos, nos castigará con el infierno. No, hermanos, no. Dios no se porta con nosotros como un comerciante. Dios se porta con nosotros como un padre bueno que da todo a sus hijos gratuitamente, sin que lo merezcan.
Ayer celebrábamos la fiesta de santa Teresita, la santa de la fe-confianza. Hagamos nuestras estas palabras suyas: Alguien podría creer que si tengo una confianza tan grande en Dios es porque no he pecado. Aunque hubiera cometido todos los crímenes posibles, seguiría teniendo la misma confianza. Sé que toda esa multitud de ofensas sería como una gota de agua arrojada en una hoguera encendida.
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