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02/11/2021 Los Fieles Difuntos (Jn 17, 24-26)

Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria.

Los que tú me has dado. Es decir, todos; vivos y difuntos; porque el Padre ama al Hijo y todo lo pone en sus manos (Jn 3, 35). Hoy celebramos el día de los Fieles Difuntos, el día de los que ya partieron, de los que el Señor se llevó consigo para que donde está Él estén también ellos. Mientras oramos por ellos, o les pedimos que intercedan por nosotros, reflexionamos sobre nuestra propia muerte.

San Pablo dice que si nuestro exterior se va deshaciendo, nuestro interior se va renovando día a día (2 Cor 4, 16). La fe en el Resucitado ensancha perspectivas; con la cercanía de la muerte, el creyente experimenta un aumento de luz. Quienes sabemos que la muerte no puede estar lejos, debemos vivir los acontecimientos de la vida, grandes y pequeños, conscientes de estar siendo moldeados como el barro en manos del alfarero. Él solamente nos pide que nos abandonemos a Él con total confianza. Si nos acostumbramos a contemplar el final de Jesús, aprenderemos a hacer lo que Él hizo: inclinar la cabeza y poner nuestro ser en sus manos. Desde luego, lo mejor está por llegar.

Escuchemos y tratemos de hacer nuestro este testimonio de un creyente anciano e inválido: Me siento, hoy más que nunca en las manos del Señor. Toda mi vida, desde mi juventud, he deseado estar en las manos del Señor. Y todavía hoy es lo único que deseo. Pero ciertamente hoy hay una gran diferencia: hoy es el Señor mismo el que tiene toda la iniciativa. Os aseguro que saberme y sentirme totalmente en sus manos es una experiencia muy profunda.

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