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03/01/2021 Domingo 2º de Navidad (Jn 1, 1-18)

Al principio ya existía la Palabra y la Palabra se dirigía a Dios, y la Palabra era Dios.

Mateo abre su libro con la genealogía humana de Jesús; Juan comienza el suyo con la genealogía divina. Mientras los sinópticos inciden más en la realidad humana de Jesús, Juan acentúa más su realidad divina. Pero todos ellos se complementan perfectamente. Juan ha elaborado con mucho esmero este prólogo que es un himno al misterio más profundo de la persona de Jesús.

La Palabra se hizo hombre.

Dios ha querido comunicarse; su Palabra y su Ser son una misma cosa. Dios se comunica, se da a sí mismo, Se hace hombre y, como todos nosotros, nace de una mujer: Se vació de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres (Flp 2, 7). Jesús es el núcleo del plan de Dios desde antes de la creación. Y esta Palabra que es Jesús, hecha carne, puede ser entendida por todos, comenzando por los más humildes. Los humildes tienen mayor capacidad para entender el lenguaje de la Verdad y el Amor, que son la misma cosa.

La Palabra acampó entre nosotros.

No es necesario salir de nuestro mundo y de nuestra carnalidad para encontrarnos con Él. Tampoco son necesarios los estudios para vivir en comunión con Él. Sí es necesario el silencio para, primero, escuchar la Palabra hecha libro en los cuatro Evangelios; y para, después, afianzar la comunión con Él en la Eucaristía; y para, finalmente, culminar la plena sintonía con Él en la práctica de su mandamiento.

Hemos contemplado su gloria.

El Evangelista fue testigo del resplandor de la gloria de Dios en el monte de la Transfiguración. Pero donde el pasmo y el asombro llegaron a su máxima expresión fue al pie de la cruz. Así lo describe: Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo (Jn 13, 1). Jesús mismo lo expresa con estas palabras: Y yo, cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí (Jn 12, 32).

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